Cerramos la tercera trilogía de la saga galáctica, la primera que no ha estado bajo el control de George Lucas, y, al mismo tiempo, se cierra el arco argumental que él abrió el 25 de mayo de 1977. En ambos casos, el nivel de expectativas era alto y extremadamente difícil de cumplir. El peso del legado de la trilogía clásica y su efecto generacional supone un listón demasiado alto, mientras que estas secuelas armadas por Disney han estado marcadas por la precipitación y la confrontación entre darle al fan lo que quiere y crear historias nuevas que abrieran paso a todo un nuevo universo cinematográfico.

Los Últimos Jedi dejó una rotunda división en este sentido y Disney ha preferido cerrar en tono conservador antes que vérselas con otra horda de fans desengañados. Así, El Ascenso de Skywalker se ha convertido en un título de ritmo apabullante, e incluso saturador, con saltos continuos en la galaxia, con poco espacio para desarrollar personajes o presentar debidamente los nuevos escenarios.

No hay tiempo para explicaciones, por lo que las cosas se justifican con frases vacías como “el poder de los Sith”, mientras que algunos personajes se contradicen con respecto a la entrega anterior o directamente quedan descartados de la línea principal.

Queda cierto hálito aventurero lucasiano, una rotunda imaginería repleta de efectos y la nostalgia por ciertos personajes, pero sin nada sólido a lo que agarrarse.